Cada vez entiendo menos la existencia misma de esos señores y señoras en la política. Tendrían que ser necesarios, desde luego, porque los humanos necesitamos conservar las experiencias que como especie nos han sido favorables y beneficiosas. Sin embargo, esa función no la cumplen nuestros conservadores: no conservan nada. Su afán destructor me tiene pasmada.
Veo en un diario la foto de un Camps con cara de malo iluminado, manos crispadas y bilis chorreando por sus ojeras mientras planea con sus compinches cargarse el barrio del Cabanyal de Valencia. ¡Qué pataleta! Están dispuestos, sin inmutarse, a destruir la memoria y la experiencia íntima, y hasta tierna, que supone compartir un barrio vivido por gentes que han sufrido y gozado juntas; la memoria de una ciudad arraigada en la Valencia de siempre y no sólo en la de los promotores. Me recuerda a la situación de la película argentina La luna de Avellaneda. Sigo: maquinan y no hay quien los pare. Pasan por encima del Ministerio de Cultura, del Consejo de Ministros, del Consejo de Estado y del sursum corda que se les ponga por delante. La posibilidad de echar el Cabanyal abajo en gran parte y de levantar bloques de cemento sobre ríos de asfalto les pone un montón, les mola un oeuf.
Esa fiebre demoledora sólo es equiparable a la misma privatizadora. Aguirre, "un poner", en cuanto atisba la posibilidad de privatizar cualquier res pública, se le ponen las pajarillas a mil con sólo escuchar la música celestial de la caja registradora. Y me pregunto: si los políticos están ahi para administrar lo público, ¿qúé diablos pintan los demoledores y los privatizadores? Cada vez entiendo menos... de política.
4 comentarios:
Algo sacarán cuando tanto se afanan en demoler y construir, seguro.
A mí me mola más el modelo mixto: Administración Pública-Familiar, o bien Empresa no Privada de Fondos Públicos, o Cortijo Regionfundista.
Lo que viene a ser el ejemplo andaluz, para entendernos. Me gusta conservar las tradiciones, ¿qué quiere?
Quizá dentro del mundo de la política haya quien necesite tomar su dosis diaria de poder porque sea adicto a sentir ese poder. ¿Podríamos considerarlos como enfermos? ¿Enfermos peligrosos? ¿Habria especialistas suficientemente cualificados para detectar mediante un examen las posibles adicciones de quien vaya a dedicarse a la política?
No sólo los conservadores: a todos, en cuanto huelen el dinero, les pasa como a los tiburones con la sangre: que se pierden.
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