En realidad se trata más bien de una alegoría, es decir, de una metáfora en movimiento. No me apetece levantarme a buscar el último diario ni siquiera entrar en Internet para comprobar cómo se llama el monstruo, ese sujeto de nacionalidad austriaca que durante veinticuatro años ha tenido secuestrada a su hija, la ha violado cuantas veces le ha venido en gana y le ha hecho siete humanoides, que ignoro si podrán llegar a ser humanos, al menos los que han permanecido en la caverna, aunque los que han sido educados por el monstruo tampoco creo que salgan muy bien parados.
¿De qué puede ser metáfora este monstruo? ¿De la naturaleza humana? ¿Refleja, tal vez, la imagen de lo que cada uno de nosotros podríamos llegar a ser? Bueno, no creo que represente la “esencia” de la naturaleza humana, pero sí es cierto que la capacidad de perversión de una naturaleza tan plástica como la nuestra podría arrastrarnos a cometer las mayores atrocidades que podamos concebir. Sin embargo, para mí representa la esencia de un sistema de dominación que dura ya milenios y que no supone más que el correlato social de una conducta que nos repugna sobremanera cuando la vemos encarnada en un individuo: EL PATRIARCADO.
¿Qué ha hecho el patriarcado durante milenios? Ha secuestrado a las mujeres, por supuesto: las ha enclaustrado en los gineceos, en los conventos, en la casa, en la ignoracia, en el anonimato, lejos de la cultura, del pensamiento, del trabajo remunerado, de la voluntad de decidir la propia vida. Las ha violado sin piedad, en el matrimonio y fuera de él, en las ciudades asediadas como botín de guerra, en las sacristías y en sus camitas de niñas inocentes, incluso siendo bebés; las sigue violando en los burdeles de los caminos, de los pisos clandestinos, en las noches frías de cualquier calle perdida, en los campos de refugiados, en múltiples situaciones cotidianas por el mero hecho de ser mujeres. El patriarcado ha destrozado millones de vidas de mujeres transcurridas entre partos, embarazos y crianzas como si de animales de granja se tratara. Y luego, esos hijos, viviendo en la pura miseria, sin ver el sol, sin educación, sin horizonte, tratados como animales de carga en la mina, en la guerra, en la fábrica…
Algunos, los elegidos, han disfrutado de “la casa del padre” para reproducir exactamente sus principios, sus comportamientos, su voracidad. Para ejercer de “amos” y mantener el sistema de dominación. Los de la caverna los han imitado mientras escupían sangre o se partían el espinazo: sus mujeres y sus hijos eran su única propiedad. No han sido la gloriosa clase obrera que algunos intelectuales deliraron.
¿Nos horroriza el monstruo que hoy ha salido a la luz? No es más que el espejo de nuestro sistema civilizatorio, que no somos capaces de verlo porque, al igual que él, sólo nos muestra su apariencia de normalidad con la mejor de sus sonrisas. Y me pregunto ¿realmente su amante esposa no se dio cuenta de nada durante años y años? Es posible: tampoco la mayoría de la mujeres se dan cuenta de nada y desprecian a las y los feministas, aquellos que han desafiado la mirada mortal del rostro abyecto del monstruo tras la careta de “normalidad”.
CASANDRA