24.1.07

AGRAVIOS COMPARATIVOS


La verdad es que no manejo las leyes porque no soy abogada ni trabajadora social, pero con o sin leyes, lo que contemplo a simple vista no me gusta nada.

Me estuvieron contando, ayer mismo, el caso de unos adolescentes, hijas e hijo, de una de las últimas mujeres asesinadas por su ex marido. Los niños se han quedado a cargo de la abuela, una señora impedida, - a la que tienen que bañar, dar de comer o acostar- con una pensión mínima, el padre en la cárcel, al que por supuesto odian, y sin más consuelo que la nada ante ellos, un futuro oscuro y un presente totalmente negro. Las dos mayores tienen que dejar los estudios y ponerse a trabajar porque no tienen más narices. Parece que les van a conceder un salario de 3.000 € al año para cuatro personas durante tres años. ¡Hollywood!

La noticia de la muerte de la mujer en cuestión, acuchillada por un energúmeno, no fue más que flor de un día, un lúgubre recuadro en una esquina de cualquier diario, una mención en los noticieros televisivos, una pequeña marcha fúnebre, a modo de manifestación, en su pueblo, y para de contar… Después, unos hijos tristes, tristes, sin futuro, sin ganas de seguir viviendo así, sin medios económicos y sin que nadie los recuerde o los ampare.

Hablando un poco crudamente, estos chicos no han tenido la suerte de que a su madre la matara un ETARRA. Ya sé que nada puede compensar la muerte de alguien querido, pero también es cierto que “las penas con pan son menos”. Esos dos pobres ecuatorianos que murieron en la T4 de Barajas han provocado manifestaciones masivas en todo el país presididas por destacados cargos políticos; han ocupado páginas y páginas, minutos y horas en reportajes y noticias durante casi un mes; y, sobre todo, han hecho ricas a sus familias y a todo el pueblo, porque 300.000 € en una aldea ecuatoriana es como una lluvia de millones que no saben ni contar.

Por mucha ley contra la violencia de género, este asunto continúa mostrando la cara más obscena y embrutecida del ser humano; algo tan sucio que no puede ser exhibido, algo que huele a sexo y a sangre, a patológicas dependencias afectivas, a celos y noches sórdidas en el silencio atronador de lo doméstico: el último reducto de la impunidad, de la impostura más perversa del amor.

Si estos chavalitos hubieran tenido la suerte de que a su madre la hubiera matado un ETARRA cualquiera, aún tendrían el amor o la compañía de su padre, la protección gubernamental, la categoría de “víctimas del terrorismo” reforzada por generosas subvenciones del Estado. Habrían pasado a la historia y podrían ir a estudiar a Harvard si quisieran. Ministros, secretarias de Estado y otras dignidades no dudarían en fletar lo que fuera para acompañarlos en su duelo en países ignotos; los españoles habríamos tomado las calles para clamar contra el crimen.

¿En qué radica la diferencia? Pues en que el primero de los crímenes no es más que la muerte de una oscura mujer a manos de un oscuro hombre, cometido en las tinieblas de lo doméstico, mientras que la muerte de los chicos ecuatorianos se trató de un crimen político con la relevancia que le imprime lo público, ese espacio patrimonio – durante milenios- de los varones.

Cuando las feministas decíamos, allá por los setenta, que “lo personal es político”, pensábamos en que las leyes podrían sacar lo doméstico de la caverna de la impunidad. Ya lo han hecho, pero ¿qué ley será capaz de transformar el orden simbólico patriarcal que tan profundamente mediatiza nuestra percepción y valoración de la realidad?

CASANDRA

3.1.07

AÑO DE ELECCIONES

La llegada de este nuevo año coincide con el pistoletazo de partida de elecciones municipales en todo el Estado español, Reino de España o como se llame esto. El mayor consuelo de que llegue y pase la barahúnda es que las barricadas levantadas por los alcaldes de turno vayan sucumbiendo bajo una flamante disposición de las ciudades. ¿Más amable? ¿más agresiva? ¿más trepidante? ¿más cómoda? ¿más estética? ¿más caótica aún? Pensar que estamos al albur de los caprichos, intereses, gustos o delirios de ciertos regidores me produce vértigo. Y éste va a ser el punto de engranaje con mi reflexión política.

Una se pregunta por qué los alcaldables y sus equipos concurren para desempeñar el cargo. Tal como están las cosas, no tengo más remedio que sospechar, en muchos casos, algún gran negocio detrás de un gran empeño. Es trágico tener que pensar así, pero si me detengo en una lectura atenta de los diarios, compruebo que la mayor proporción de noticias autonómicas de la Comunidad en que resido, es sobre delincuencia: delincuencia política, empresarial, machista o común. Después, los accidentes: laborales y de circulación. Poco, muy poco, sobre cultura, educación, investigación. Lo más grave de esta realidad es que son los propios partidos los que mantienen una situación que ya ha reventado, pero que se empeñan en disimular o parchear. No, señores de las ejecutivas, esto ya no sirve. Lo que hay que cambiar no son las personas únicamente, sino el sistema, la estructura, los procesos. Las personas que se adecuen a esos cambios, serán las idóneas. Si ustedes no cambian, lo haremos la sociedad civil: no les quepa la menor duda. Los gobiernos locales están demasiado cerca como para ignorarlos, como para no saber sus tejemanejes.

Me pregunto también cómo es posible que estructuras no democráticas al interior de los partidos puedan poner en marcha toda la maquinaria que administra la democracia. Supone una contradicción “ab initio”, en su propio origen. No puedo entender las nominaciones y elecciones a dedo. ¿Por qué no se atreven con las listas abiertas? ¿Supone realmente un peligro? ¿Para quién? Es más, creo que la participación ciudadana tendría que intervenir en las propuestas mismas. La paridad sin más, por ejemplo, no significa nada. ¿Quién elige a las paritarias?

Los politólogos están llegando a conclusiones que los tienen desconcertados. Esa especie de “centro” –de izquierdas o de derechas- como reino de la ambigüedad está en decadencia total. Incluso la propia izquierda o derecha políticas. La “ciudadanía” con conciencia de tal quiere políticas claras, arriesgadas, comprometidas, con prioridades sensatas respecto al equilibrio ecológico, en el que tanto nos jugamos, con servicios públicos en alza, ciudades acogedoras y políticos cercanos a su servicio, y no estrellas mediáticas ni mafiosos. La “gente”, así sin más, tiene miedo, miopía política o inercia anímica, por lo que sólo quieren conservar lo poco o lo mucho que tienen. Lo terrible es que los partidos llamados de izquierdas se comporten, no como la ciudadanía, sino como la “gente”, tratando sólo de defender sus intereses, sus inercias, sus fidelidades, sus votitos… Hay que administrar para todos, desde luego, pero sin bajar el listón hasta los niveles más ramplones e interesados.

Creo que esta oportunidad para una nueva política municipal tendría que suponer la puesta en marcha de verdaderos principios democráticos, sin miedos por perder el poder como prebenda, sin cartas marcadas por las ejecutivas, sin candidatos que sólo pretendan mantenerse en el sillón, gentes acomodaticias sin iniciativas inteligentes ni vitales. Hacer política exige una enorme generosidad, amplitud de miras, imaginación y también, por favor, preparación. Si para cualquier trabajo se exige una formación adecuada, ¿en virtud de qué los políticos pueden ser unos ignorantes respecto a la “cosa pública”? Si ser político o política significa estar al servicio de la ciudadanía, ¿cómo tolerar intereses personales o partidistas en los candidatos?

Me encantaría que el cambio fuera tal que nuestras sombrías sospechas respecto de la clase política pudieran desaparecer; que nuestros periódicos pudieran informar mucho más de cultura, de educación, de investigación, de tejido empresarial serio, de logros de las mujeres como líderes en cualquier campo y no como víctimas. Me encantaría que la política no fuera más que una gestión eficaz de los recursos y no el “patio de Monipodio” en torno a los PGOU (Proyecto General de Ordenación Urbana) como si de un pastel a repartir se tratara.

Ni la bella ciudad en la que vivo ni la ciudadanía que la habita nos merecemos que los próximos comicios carezcan de la claridad democrática exigible. Escribo todo esto a cuento de sórdidas batallas personales en el mundo político que, cuando vives en una ciudad pequeña, acaban por enturbiar todo el ambiente. Lo peor: que esos intereses o falta de visión arruinen la bella ciudad con la invasión masiva que suponen los malditos campos de golf, tapadera de oscuros negocios y caldo de cultivo para un futuro territorio de mafias. Me temo que Marbella ya ha creado escuela. Las próximas elecciones municipales en este pueblo ¿no serán más que la disputa entre diversos grupos por llevarse el pastel? Sería lamentable. Me gustaría tener la oportunidad de votar a quienes están en contra: si los dejan. Si no tengo esa oportunidad, desde luego que practicaré la abstención democrática o el, también democrático, voto en blanco. Y conmigo lo hará una parte considerable de la ciudadanía. Por dignidad.

CASANDRA