El Palacio de Versalles, a las afueras de París, fue levantado –a partir de un simple pabellón de caza- por Luis XIV, el rey Sol, en 1668 y ampliado sucesivamente hasta 1692. Lo de menos es su fastuosa construcción en medio de extensos jardines decorados profusamente y exquisitamente cuidados. Lo importante es lo que simbolizaba para los franceses de aquellos siglos de hambre. Un palacio que representaba el derroche más absoluto, la riqueza más insultante, la estupidez más sublime. Hasta 3.000 personas llegaron a vivir en el palacio entre nobleza, cortesanos y cortesanas varias, criados, soldados y paseantes; la sala de los espejos tenía 375 espejos que reflejaban a todas horas la locura del absolutismo.
Los llamados Estados Generales estaban formados por estamentos que el rey convocaba a título consultivo, aunque él tomara las últimas decisiones. El Primer Estado lo formaba la nobleza, el Segundo, el alto clero, y el Tercero, la burguesía. Cuando el 5 de mayo de 1789 Luis XVI convocó los Estados Generales, un grupo de liberales, tanto nobles como burgueses, autoproclamaron el Tercer Estado o los ‘Comunes’ como Asamblea Nacional, es decir, como los únicos representantes legítimos de la soberanía popular. Decidieron reunirse en un edificio cercano donde los nobles solían jugar a la pelota, el
'Jeu de paume', y prometieron no disolverse hasta no dar a Francia una nueva Constitución.
El 14 de julio, el pueblo de París respaldó a sus nuevos representantes y tomaron la Bastilla, encabezados por una mujer vestida de amazona, que fue quien dirigió el ataque. ¿Lo sabían? Bueno, supongo que conocen al menos la pintura de Delacroix. La toma de la Bastilla no resolvió el hambre de los parisinos. Corría el 5 de octubre de 1789 y era el ‘día de mercado de las mujeres’. Éstas iban de mercado en mercado por todo París buscando un poco de pan para sus familias. Al tener que rendirse a la evidencia de la escasez absoluta ¿qué hicieron? Fueron a Versalles, airadas, gritando, imparables hasta obligar a los reyes a trasladarse a las Tullerías en París. ¡Se acabó Versalles! ¡Se acabó el lujo de los poderosos!
Como la situación económica no mejoraba a pesar de la revolución, se organizaron nuevas revueltas por parte de los
'sans-culottes' –los parados de hoy- que se unieron a los jacobinos. Tomaron el poder con Robespierre al mando y comenzó el reinado del terror, durante el que se asesinaron 40.000 personas. Y, más tarde, en 1799, el 18 de Brumario, Napoleón se coronaba emperador de Francia.
Os preguntaréis ¿para eso sirven las revoluciones? No, la gran diferencia es que tanto los reyes como Robespierre fueron ejecutados y Napoleón desterrado. Es decir, se crearon mecanismos –muy brutales entonces- para que la soberanía popular pudiera ejercer su poder legítimo. La Revolución Francesa, a pesar de los grandes errores, abrió las puertas al mundo de una nueva democracia, modelo para las constituciones de América, que también se independizaron de la monarquía española. Desde entonces Francia ha sido modelo de libertades y resistencia frente a los totalitarismos de cualquier índole.
España no hizo esa revolución. Un intento en las Cortes de Cádiz, otro en el trienio liberal, las dos repúblicas fallidas…. En fin. Incluso nuestra democracia reciente camina lastrada con un pasado del que no conseguimos liberarnos.
Ahora contemplamos atónitas nuestro Versalles particular de una gentecilla que, en nombre de la democracia, están viviendo como reyes. Una gentecilla que se paga sobresueldos mientras quita la paga extraordinaria a los funcionarios, que rescata bancos mientras hunde la Sanidad o la Escuela pública, la investigación, el estado de bienestar, la democracia en definitiva. Unos mediocres que viven opíparamente con nuestros impuestos, pero ya no con nuestra aquiescencia, con nuestro silencio, con nuestro conformismo. Lo peor: están generando paro, hambre, marginalidad, pobreza extrema, dolor, mucho dolor.
¿Para cuando la Bastilla, Versalles, el Jeu de paume, los sans-culottes, la libertad?