Cuando contemplo esos fastos que monta la política espectáculo, es decir, los fastos de los partidos políticos, me siento una cucaracha a lo Gregorio Samsa. ¡Qué fastuosidad la de los fastos! ¡Qué de pasta gansa para presentar a los representantes y cargos encargados del partido! Tras el anonadamiento viene el pensamiento, y evoco entonces a Guy Debord: “Los métodos de la democracia espectacular son de una gran flexibilidad, al contrario de la simple brutalidad de la imposición totalitaria”. La demagogia democrática se utiliza para dar confianza a los crédulos y apabullar a los no creyentes, una demagogia sustentada en la dedocracia. Es tal la inflación actual de los partidos políticos que empiezan a darme miedo.
Los tres poderes en los que se sustenta todo Estado de derecho, fueron implementados por un cuarto poder destinado a controlarlos, de modo que cada uno de ellos se mantuviera independiente de los otros dos: los medios de comunicación. Desde que estos perdieron su independencia y pasaron a formar parte de grandes corporaciones con claros intereses de influencia y crematísticos, el pueblo soberano se ha quedado sin valedores.
¿Dónde situar las grandes maquinarias de los partidos en esta coyuntura? No lo sé. Empieza a tratarse de una intrincada red de tráfico de influencias, de oficina de empleo, de agentes de autofinanciación partidaria y de salvadidas personal en épocas de crisis. Tal vez haya llegado el momento de dar voz al QUINTO PODER: el pueblo soberano. ¿Cómo controlar a los controladores, a los hacedores de destinos, a los representantes “legítimamente” elegidos? ¿Cómo desenmascarar la partidocracia?
Visto lo visto, tampoco creo que los ciudadanos de a pie seríamos mejores administrando la “res publica”, pero sí podríamos exigir unas leyes de auténtico control de la democracia, sin cajas B, sin contradicciones tan flagrantes como promulgar una Ley de Igualdad entre mujeres y hombres, pero no entre negros y blancos, foráneos e indígenas. ¿Cómo se puede votar en Europa y con Europa lo contrario de lo que aquí se legaliza? ¿No beneficia la paridad, por ejemplo, a las mujeres de los partidos y de las grandes empresas mientras se condena a la indefensión durante 18 meses a gentes cuyo único delito es el hambre? ¿No tienen ellos derecho a una justicia paritaria? Y tampoco es que los “negritos” sean los buenos y nosotros los malos, no. Mientras los seres humanos seamos esclavos de nuestras bajas pasiones, de la ambición, de la violencia, de nuestro egoísmo o egolatría, ninguno tendremos capacidad para gobernar justamente. Sólo podemos hacer una cosa: Exigir otras reglas del juego, de las que a su vez podamos también exigir que se cumplan: para todos. Asumir en profundidad nuestros derechos como ciudadanía consciente, pero también nuestros deberes. ¿Me he explicado? ¿O es un galimatías?
Cuando vuelva de mi viaje, tal vez tenga las ideas más claras.
CASANDRA