20.11.12

EL SÍNDROME DE FRAU MERKEL

Los políticos también tienen su alma en su ‘almario’, su historia personal, su mamá y su papá, sus traumas, expectativas, deseos y, sobre todo, un imaginario en el que confluyen todos esos elementos y se proyectan en una confusa concepción del mundo en la que la subjetividad busca su propio camino.
No soy ninguna especialista en la Canciller germana, pero hay unas cuantas líneas maestras que, tal vez, condicionan –y mucho- su política frente a los pueblos del Sur. Y digo pueblos porque me voy a referir a un estilo de vida más profundo y atávico que los estados a los que pertenecen por avatares de la Historia. Hija de un teólogo protestante y de una profesora de latín, crecida y educada en la Alemania comunista y perteneciente a sus juventudes; doctorada en física cuántica, y cuya carrera política creció a la sombra de Helmunt Kohl en el CDU (Democracia Cristiana) con la dificultad añadida de ser protestante frente a una mayoría de católicos, llegó, no obstante, a alzarse con la Secretaría General de su Partido y, más tarde, a ser Canciller de la Alemania reunificada. Hoy, Jefa suprema de Europa. Cuando esta mañana despejada, de horizonte claro y con un mar terso y azul contemplaba los barquitos que salían a la pesca en este Mediterráneo nuestro, comprendí de golpe el síndrome de Frau Merkel, antes Angela Dorothea Kasner. Estos momentos y otros son un lujo que no cuesta dinero. Y si encima te bajas a un chiringuito a tomarte unos boquerones con una manzanilla al sol –que tampoco es ningún dispendio- la imagen que Angela Merkel percibe supone un golpe insufrible a su imaginario austero, puritano y desconfiado. Esa mezcla entre las creencias religiosas, el orden familiar y la sospecha de unos contra otros propia de los sistemas comunistas, le hacen ver como un pecado mortal y como una falta de disciplina absoluta el estilo de vida gozoso y disfrutón de los pueblos mediterráneos, de Algeciras a Estambul. Su imaginario no lo puede soportar. El buen vivir, la alegría, la fiesta cotidiana e incluso la euforia que nos regala el sol, la comunicación parlanchina y la buena mesa, por más pobre que sea, le revuelven las tripas. Ella no quiere tanto imponernos un límite de deuda, un pacto fiscal o unos recortes draconianos, sino un estilo de vida. Pero si ese estilo de vida puritano y ceñudo triunfara, el mundo sería mucho más triste, Ulises nunca llegaría a Itaca, y las brumas del norte nublarían nuestros cielos y nuestra alma. Algo de eso está sucediendo ya, y su síndrome de puritanismo luterano-comunista, enloquecido con un liberalismo atroz, supone mucho sufrimiento a las gentes de ese Sur que su ‘Weltanchaung’ no traga. “¡Se acabó la fiesta!” es su frase preferida y su sueño más acariciado. Y ojo, que su paranoia ya trepa hacia el Norte: “Los franceses trabajan poco”. ¿Cómo en nombre de que no se qué democracia hemos de soportar los síndromes, complejos, ambiciones y estupideces de quienes nos gobiernan? Alguna premisa básica está fallando estrepitosamente.