2.2.10

LOS CONSERVADORES

Cada vez entiendo menos la existencia misma de esos señores y señoras en la política. Tendrían que ser necesarios, desde luego, porque los humanos necesitamos conservar las experiencias que como especie nos han sido favorables y beneficiosas. Sin embargo, esa función no la cumplen nuestros conservadores: no conservan nada. Su afán destructor me tiene pasmada.
Veo en un diario la foto de un Camps con cara de malo iluminado, manos crispadas y bilis chorreando por sus ojeras mientras planea con sus compinches cargarse el barrio del Cabanyal de Valencia. ¡Qué pataleta! Están dispuestos, sin inmutarse, a destruir la memoria y la experiencia íntima, y hasta tierna, que supone compartir un barrio vivido por gentes que han sufrido y gozado juntas; la memoria de una ciudad arraigada en la Valencia de siempre y no sólo en la de los promotores. Me recuerda a la situación de la película argentina La luna de Avellaneda. Sigo: maquinan y no hay quien los pare. Pasan por encima del Ministerio de Cultura, del Consejo de Ministros, del Consejo de Estado y del sursum corda que se les ponga por delante. La posibilidad de echar el Cabanyal abajo en gran parte y de levantar bloques de cemento sobre ríos de asfalto les pone un montón, les mola un oeuf.
Esa fiebre demoledora sólo es equiparable a la misma privatizadora. Aguirre, "un poner", en cuanto atisba la posibilidad de privatizar cualquier res pública, se le ponen las pajarillas a mil con sólo escuchar la música celestial de la caja registradora. Y me pregunto: si los políticos están ahi para administrar lo público, ¿qúé diablos pintan los demoledores y los privatizadores? Cada vez entiendo menos... de política.